La sociedad
del espectáculo, Guy Debord (1967)
Capítulo 2
La mercancía como espectáculo
La mercancía no puede ser comprendida en su esencia
auténtica sino como categoría universal del ser social total.
Solo en este contexto la reificación surgida de la relación
mercantil adquiere una significación decisiva, tanto para la evolución
objetiva de la sociedad como para la actitud de los hombres hacia ella,
para la sumisión de su conciencia a las formas en que esa reificación
se expresa...Esta sumisión se acrecienta aún por el hecho
de que cuanto más aumentan la racionalización y mecanización
del proceso de trabajo,más pierde la actividad del trabajador su
carácter de actividad, para convertirse en actitud contemplativa.
LUCKACS, Historia y conciencia de clase.
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En ese movimiento esencial del espectáculo, que consiste en incorporarse
todo lo que en la actividad humana existía en estado fluido
para poseerlo en estado coagulado como cosas que han llegado a tener un
valor exclusivo por su formulación en negativo del valor
vivido, reconocemos a nuestra vieja enemiga, que tan bien sabe presentarse
al primer golpe de vista como algo trivial que se comprende por sí
mismo, cuando es por el contrario tan compleja y está tan llena
de sutilezas metafísicas, la mercancía.
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Éste es el principio del fetichismo de la mercancía, la dominación
de la sociedad por "cosas suprasensibles aunque sensibles" que se cumple
de modo absoluto en el espectáculo, donde el mundo sensible se encuentra
reemplazado por una selección de imágenes que existe por
encima de él y que al mismo tiempo se ha hecho reconocer como lo
sensible por excelencia.
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El mundo a la vez presente y ausente que el espectáculo hace
ver es el mundo de la mercancía dominando todo lo que es vivido.
Y el mundo de la mercancía se muestra así tal como es,
puesto que su movimiento equivale al distanciamiento de los hombres
entre sí y respecto de su producto global.
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La pérdida de cualidad, tan evidente en todos los niveles del lenguaje
espectacular, de los objetos que ensalza y de las conductas que rige, no
hace más que traducir los rasgos fundamentales de la producción
real que anula la realidad: la forma-mercancía es de parte a parte
la igualdad a sí misma, la categoría de lo cuantitativo.
Desarrolla lo cuantitativo y no puede desarrollarse más que en ello.
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Este desarrollo que excluye lo cualitativo está sujeto a su vez,
en tanto que desarrollo, al salto cualitativo: el espectáculo significa
que ha traspuesto el umbral de su propia abundancia; esto no es
todavía cierto localmente más que en algunos puntos, pero
sí lo es ya a la escala universal que es la referencia original
de la mercancía, referencia que su movimiento práctico, unificando
la tierra como mercado mundial, ha verificado.
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El desarrollo de las fuerzas productivas ha sido la historia real inconsciente
que ha construido y modificado las condiciones de existencia de los grupos
humanos como condiciones de subsistencia y la extensión de estas
condiciones: la base económica de todas sus iniciativas. El sector
de la mercancía ha sido, en el interior de una economía natural,
la constitución de un excedente de la subsistencia. La producción
de mercancías, que implica el cambio de productos diversos entre
productores independientes, ha podido seguir siendo artesanal durante mucho
tiempo, contenida en una función económica marginal donde
su verdad cuantitativa todavía estaba oculta. Sin embargo, allí
donde encontró las condiciones sociales del gran comercio y de la
acumulación de capitales se apoderó del dominio total sobre
la economía. La economía entera se transformó entonces
en lo que la mercancía había mostrado ser en el curso de
esta conquista: un proceso de desarrollo cuantitativo. Este despliegue
incesante del poderío económico bajo la forma de la mercancía,
que ha transformado el trabajo humano en trabajo-mercancía, en salario,
desembocó acumulativamente en una abundancia donde la cuestión
primaria de la subsistencia está sin duda resuelta, pero de forma
que siempre reaparezca: cada vez se plantea de nuevo en un grado superior.
El crecimiento económico libera las sociedades de la presión
natural que exigía su lucha inmediata por la subsistencia, pero
aún no se han liberado de su liberador. La independencia
de la mercancía se ha extendido al conjunto de la economía
sobre la cual reina. La economía transforma el mundo, pero lo transforma
solamente en mundo de la economía. La seudonaturaleza en la cual
se ha alienado el trabajo humano exige proseguir su servicio hasta
el infinito, y este servicio, no siendo juzgado ni absuelto más
que por sí mismo, obtiene de hecho la totalidad de los esfuerzos
y de los proyectos socialmente lícitos como servidores suyos. La
abundancia de mercancías, es decir, de la relación mercantil,
no puede ser más que la subsistencia aumentada.
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La dominación de la mercancía fue ejercida inicialmente de
una manera oculta sobre la economía, que a su vez, en cuanto base
material de la vida social, seguía sin percibirse y sin comprenderse,
como algo tan familiar que nos es desconocido. En una sociedad donde la
mercancía concreta es todavía escasa o minoritaria es la
dominación aparente del dinero la que se presenta como un emisario
provisto de plenos poderes que habla en nombre de una potencia desconocida.
Con la revolución industrial, la división manufacturera del
trabajo y la producción masiva para el mercado mundial, la mercancía
aparece efectivamente como una potencia que viene a ocupar realmente la
vida social. Es entonces cuando se constituye la economía política,
como ciencia dominante y como ciencia de la dominación.
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El espectáculo señala el momento en que la mercancía
ha alcanzado la ocupación total de la vida social. La relación
con la mercancía no sólo es visible, sino que es lo único
visible: el mundo que se ve es su mundo. La producción económica
moderna extiende su dictadura extensiva e intensivamente. Su reinado ya
está presente a través de algunas mercancías-vedettes
en los lugares menos industrializados, en tanto que dominación imperialista
de las zonas que encabezan el desarrollo de la productividad. En estas
zonas avanzadas el espacio social es invadido por una superposición
continua de capas geológicas de mercancías. En este punto
de la "segunda revolución industrial" el consumo alienado se convierte
para las masas en un deber añadido a la producción alienada.
Todo el trabajo vendido de una sociedad se transforma globalmente
en mercancía total cuyo ciclo debe proseguirse. Para ello
es necesario que esta mercancía total retorne fragmentariamente
al individuo fragmentado, absolutamente separado de las fuerzas productivas
que operan como un conjunto. Es aquí por consiguiente donde la ciencia
especializada de la dominación debe especializarse a su vez: se
fragmenta en sociología, psicotecnia, cibernética, semiología,
etc., vigilando la autorregulación de todos los niveles del proceso.
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Mientras que en la fase primitiva de la acumulación capitalista
"la economía política no ve en el proletario sino
al obrero", que debe recibir el mínimo indispensable para
la conservación de su fuerza de trabajo, sin considerarlo jamás
"en su ocio, en su humanidad", esta posición de las ideas de la
clase dominante se invierte tan pronto como el grado de abundancia alcanzado
en la producción de mercancías exige una colaboración
adicional del obrero. Este obrero redimido de repente del total desprecio
que le notifican claramente todas las modalidades de organización
y vigilancia de la producción, fuera de ésta se encuentra
cada día tratado aparentemente como una persona importante, con
solícita cortesía, bajo el disfraz de consumidor. Entonces
el humanismo de la mercancía tiene en cuenta "el ocio y la
humanidad" del trabajador, simplemente porque ahora la economía
política puede y debe dominar esas esferas como tal economía
política. Así "la negación consumada del hombre"
ha tomado a su cargo la totalidad de la existencia humana
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El espectáculo es una guerra del opio permanente dirigida a hacer
que se acepte la identificación de los bienes con las mercancías;
y de la satisfacción con la subsistencia ampliada según sus
propias leyes. Pero si la subsistencia consumible es algo que debe aumentar
constantemente es porque no deja de contener la privación.
Si no hay ningún más allá de la subsistencia aumentada,
ningún punto en el que pueda dejar de crecer, es porque ella misma
no está más allá de la privación, sino que
es la privación que ha llegado a ser más rica.
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Con la automatización, que es a la vez el sector más avanzado
de la industria moderna y el modelo en el que se resume perfectamente su
práctica, el mundo de la mercancía tiene que superar esta
contradicción: la instrumentación técnica que suprime
objetivamente el trabajo debe al mismo tiempo conservar el trabajo como
mercancía y como único lugar de nacimiento de la mercancía.
Para que la automatización, o cualquier otra forma menos extrema
de incrementar la productividad del trabajo, no disminuya efectivamente
el tiempo de trabajo social necesario a escala de la sociedad, es preciso
crear nuevos empleos. El sector terciario, los servicios, es la ampliación
inmensa de las metas de la armada de distribución y el elogio de
las mercancías actuales; movilización de fuerzas supletorias
que oportunamente encuentran, en la facticidad misma de las necesidades
relativas a tales mercancías, la necesidad de una organización
tal del trabajo hipotecado.
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El valor de cambio no ha podido formarse más que como agente del
valor de uso, pero esta victoria por sus propios medios ha creado las condiciones
de su dominación autónoma. Movilizando todo uso humano y
apoderándose del monopolio sobre su satisfacción ha terminado
por dirigir el uso. El proceso de cambio se ha identificado con
todo uso posible, y lo ha reducido a su merced. El valor de cambio es el
condotiero del valor de uso que termina haciendo la guerra por su propia
cuenta.
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Esta constante de la economía capitalista que es la baja tendencial
del valor de uso desarrolla una nueva forma de privación en
el interior de la subsistencia aumentada, que no está ya liberada
de la antigua penuria, puesto que exige la participación de la gran
mayoría de los hombres, como trabajadores asalariados, en la prosecución
infinita de su esfuerzo; y cada uno sabe que tiene que someterse o morir.
Es la realidad de este chantaje, el hecho de que el consumo como uso bajo
su forma más pobre (comer, habitar) ya no existe sino aprisionado
en la riqueza ilusoria de la subsistencia aumentada, la verdadera base
de la aceptación de la ilusión en el consumo de las mercancías
modernas en general. El consumidor real se convierte en consumidor de ilusiones.
La mercancía es esta ilusión efectivamente real, y el espectáculo
su manifestación general.
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El valor de uso que estaba contenido implícitamente en el valor
de cambio debe ser ahora explícitamente proclamado, en la realidad
invertida del espectáculo, justamente porque su realidad efectiva
está corroida por la economía mercantil superdesarrollada:
y la falsa vida necesita una seudojustificación.
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El espectáculo es la otra cara del dinero: el equivalente general
abstracto de todas las mercancías. Pero si el dinero ha dominado
la sociedad como representación de la equivalencia central, es decir,
del carácter intercambiable de bienes múltiples cuyo uso
seguía siendo incomparable, el espectáculo es su complemento
moderno desarrollado donde la totalidad del mundo mercantil aparece en
bloque, como una equivalencia general a cuanto el conjunto de la sociedad
pueda ser o hacer. El espectáculo es el dinero que solamente
se contempla porque en él la totalidad del uso ya se ha intercambiado
con la totalidad de la representación abstracta. El espectáculo
no es sólo el servidor del pseudo-uso, él es ya en
sí mismo el seudo-uso de la vida.
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El resultado concentrado del trabajo social, en el momento de la abundancia
económica, se transforma en aparente y somete toda realidad
a la apariencia, que es ahora su producto. El capital ya no es el centro
invisible que dirige el modo de producción: su acumulación
lo despliega hasta en la periferia bajo la forma de objetos sensibles.
Toda la extensión de la sociedad es su retrato.
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La victoria de la economía autónoma debe ser al mismo tiempo
su perdición. Las fuerzas que ha desencadenado suprimen la necesidad
económica que fue la base inamovible de las sociedades antiguas.
Al reemplazarla por la necesidad del desarrollo económico infinito
no puede sino reemplazar la satisfacción de las primeras necesidades
humanas, sumariamente reconocidas, por una fabricación ininterrumpida
de seudonecesidades que se resumen en una sola seudonecesidad de mantener
su reino. Pero la economía autónoma se separa para siempre
de la necesidad profunda en la medida en que abandona el inconsciente
social que dependía de ella sin saberlo. "Todo lo que es consciente
se desgasta. Lo que es inconsciente permanece inalterable. Pero una vez
liberado ¿no cae a su vez en ruinas?" (Freud).
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En el momento en que la sociedad descubre que depende de la economía,
la economía, de hecho, depende de ella. Esta potencia subterránea,
que ha crecido hasta aparecer soberanamente, ha perdido también
su poder. Allí donde estaba el ello económico debe
sobrevenir el yo. El sujeto no puede surgir más que de la
sociedad, es decir, de la lucha que reside en ella misma. Su existencia
posible está supeditada a los resultados de la lucha de clases que
se revela como el producto y el productor de la fundación económica
de la historia.
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La conciencia del deseo y el deseo de la conciencia conforman por igual
este proyecto que, bajo su forma negativa, pretende la abolición
de las clases, es decir la posesión directa de los trabajadores
de todos los momentos de su actividad. Su contrario es la sociedad
del espectáculo, donde la mercancía se contempla a sí
misma en el mundo que ha creado.
Guy Debord: La sociedad del espectáculo.
Trad. revisada por Maldeojo para el Archivo Situacionista (1998).
3. Unidad y división en la apariencia
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