La sociedad
del espectáculo, Guy Debord (1967)
Capítulo 4
El proletariado como sujeto y como representación
"El derecho igualitario de todos a los bienes y placeres
de este mundo, la destrucción de toda autoridad, la negación
de todo freno moral; he ahí, si descendemos hasta el fondo de las
cosas, la razón de ser de la insurrección del 18 de marzo
y el programa de la temible asociación que le ha suministrado un
ejército."
Investigación parlamentaria sobre la insurrección del
18 de marzo
73
El movimiento real que suprime las condiciones existentes gobierna la sociedad
a partir de la victoria de la burguesía en la economía, y
lo hace visiblemente tras la traducción política de esta
victoria. El desarrollo de las fuerzas productivas ha hecho estallar las
antiguas relaciones de producción y todo orden estático se
desploma. Todo lo que era absoluto se convierte en histórico.
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Al ser lanzados en la historia, al tener que participar en el trabajo y
las luchas que la constituyen, los hombres se ven forzados a afrontar sus
relaciones de una forma que no sea engañosa. Esta historia no tiene
otro objeto que el que ella realiza sobre sí misma, aunque la visión
metafísica última inconsciente de la época histórica
pueda contemplar la progresión productiva a través de la
cual la historia se despliega como el objeto mismo de la historia. El sujeto
de la historia no puede ser sino lo viviente produciéndose a sí
mismo, convirtiéndose en dueño y poseedor de su mundo que
es la historia y existiendo como conciencia de su juego.
75
Como una misma corriente se desarrollan las luchas de clases de la larga
época revolucionaria inaugurada por el ascenso de la burguesía
y el pensamiento de la historia, la dialéctica, el pensamiento
que ya no se detiene en la búsqueda del sentido de lo existente,
sino que se eleva al conocimiento de la disolución de todo lo que
es; y en el movimiento disuelve toda separación.
76
Hegel ya no tuvo que interpretar el mundo, sino la transformación
del mundo. Al interpretar solamente la transformación Hegel
no es sino la conclusión filosófica de la filosofía.
Quiere comprender un mundo que se hace a sí mismo. Este pensamiento
histórico no es todavía sino la conciencia que siempre llega
demasiado tarde y que enuncia la justificación post festum.
De modo que no supera la separación más que en el pensamiento.
La paradoja que consiste en suspender el sentido de toda realidad en su
consumación histórica y en revelar al mismo tiempo este sentido
constituyéndose en consumación de la historia se desprende
del simple hecho de que el pensador de las revoluciones burguesas de los
siglos XVII y XVIII no buscó en su filosofía más que
la reconciliación con el resultado de éstas. "Del
mismo modo como filosofía de la revolución burguesa no expresa
todo el proceso de esta revolución, sino solamente su conclusión
última. En este sentido, ésta no es una filosofía
de la revolución, sino de la restauración." (Karl Korsch.
Tesis sobre Hegel y la revolución). Hegel hizo por última
vez el trabajo del filósofo, la "glorificación de lo que
existe"; pero aquello que existía para él ya no podía
ser sino la totalidad del movimiento histórico. La posición
exterior del pensamiento, que en realidad se mantenía, sólo
podía ser enmascarada mediante su identificación con un proyecto
previo del Espíritu, héroe absoluto que ha hecho lo que ha
querido y ha querido lo que ha hecho, y cuya realización coincide
con el presente. Así, la filosofía que muere en el pensamiento
de la historia no puede ya glorificar su mundo más que renegando
de él, pues para tomar la palabra es preciso suponer concluida esta
historia total allí donde ella condujo todo; y cerrar la sesión
del único tribunal donde puede ser dictada la sentencia de la verdad.
77
Cuando el proletariado manifiesta por su propia existencia en actos que
este pensamiento de la historia no se ha olvidado el desmentido de la conclusión
es también la confirmación del método.
78
El pensamiento de la historia no puede ser salvado más que transformándose
en pensamiento práctico; y la práctica del proletariado como
clase revolucionaria no puede ser menos que la conciencia histórica
operando sobre la totalidad de su mundo. Todas las corrientes teóricas
del movimiento obrero revolucionario han surgido de un enfrentamiento
crítico con el pensamiento hegeliano, tanto en el caso de Marx como
en el de Stirner o Bakunin.
79
El carácter inseparable de la teoría de Marx y del método
hegeliano es a su vez inseparable del carácter revolucionario de
esta teoría, es decir, de su verdad. Es en esto en lo que esta primera
relación ha sido generalmente ignorada o mal comprendida, o incluso
denunciada como el punto débil de lo que devenía engañosamente
en una doctrina marxista. Bernstein, en Socialismo teórico
y socialdemocracia práctica, revela perfectamente esta conexión
del método dialéctico y de la toma de posición
histórica, lamentando las previsiones poco científicas del
Manifiesto de 1847 sobre la inminencia de la revolución proletaria
en Alemania: "Esta autosugestión histórica, tan errónea
como la podría haber concebido cualquier visionario político,
sería incomprensible en el caso de Marx, que en esta época
ya había estudiado seriamente la economía, si no se viera
en ella el resultado de un resto de dialéctica antitética
hegeliana de la que ni Marx ni Engels supieron nunca deshacerse completamente.
En estos tiempos de efervescencia general esto fue más fatal aún
para ellos".
80
La inversión que Marx efectúa para una "salvación
por transferencia" del pensamiento de las revoluciones burguesas no consiste
en reemplazar trivialmente por el desarrollo materialista de las fuerzas
productivas el recorrido del Espíritu hegeliano yendo a su propio
encuentro en el tiempo, cuya objetivación es idéntica a su
alienación y cuyas heridas históricas no dejan cicatrices.
La historia que deviene real ya no tiene fin. Marx destruyó
la posición separada de Hegel ante lo que sucede; y la contemplación
de un agente supremo exterior, sea el que sea. La teoría no tiene
que conocer más que lo que ella hace. Por el contrario la contemplación
del movimiento de la economía, en el pensamiento dominante de la
sociedad actual es la heredera no subvertida de la parte no-dialéctica
del intento hegeliano de componer un sistema circular: es una aprobación
que ha perdido la dimensión del concepto y que no necesita justificarse
en un hegelianismo, puesto que el movimiento que se trata de ensalzar no
es más que un sector sin pensamiento del mundo, cuyo desarrollo
mecánico domina efectivamente el todo. El proyecto de Marx es el
de una historia consciente. Lo cuantitativo que surge en el desarrollo
ciego de las fuerzas productivas simplemente económicas debe cambiarse
por la apropiación histórica cualitativa. La crítica
de la economía política es el primer acto de este fin
de la prehistoria: "De todos los instrumentos de producción,
el de mayor poder productivo es la clase revolucionaria misma".
81
Lo que ata estrechamente la teoría de Marx al pensamiento científico
es la comprensión racional de las fuerzas que se ejercen realmente
en la sociedad. Sin embargo es fundamentalmente un más allá
del pensamiento científico, donde éste está conservado
en tanto que superado: se trata de una comprensión de la lucha,
y en modo alguno de la ley. "Conocemos una sola ciencia: la ciencia
de la historia", dice La ideología alemana.
82
La época burguesa, que pretende fundar científicamente la
historia, descuida el hecho de que esta ciencia disponible debió
más bien ser ella misma fundada históricamente con la economía.
Inversamente, la historia sólo depende radicalmente de este conocimiento
en tanto que sigue siendo historia económica. El punto de
vista de la observación científica ha podido descuidar por
otro lado en qué medida toma parte la historia en la economía
misma -el proceso global que modifica sus propios datos científicos
de base-. Es lo que muestra la vanidad de los cálculos socialistas
que creían haber establecido la periodicidad exacta de las crisis;
y desde que la intervención constante del Estado ha logrado compensar
el efecto de las tendencias a la crisis el mismo género de razonamiento
ve en este equilibrio una armonía económica definitiva. El
proyecto de superar la economía, de la toma de posesión de
la historia, debe conocer - y atraer hacia sí - la ciencia de la
sociedad, no puede ser él mismo científico. En este
último movimiento que cree dominar la historia presente mediante
un conocimiento científico el punto de vista revolucionario sigue
siendo burgués.
83
Las corrientes utópicas del socialismo, aunque fundadas a su vez
históricamente en la crítica de la organización social
existente, pueden ser justamente calificadas de utópicas en la medida
en que rechazan la historia -es decir, la lucha real en curso, así
como el movimiento del tiempo más allá de la perfección
inmutable de su imagen de sociedad feliz-, pero no porque rechacen la ciencia.
Los pensadores utopistas están por el contrario enteramente dominados
por el pensamiento científico, tal como se había impuesto
en los siglos precedentes. Ellos buscan el perfeccionamiento de este sistema
racional general: no se consideran en modo alguno como profetas desarmados,
puesto que creen en el poder social de la demostración científica
e incluso, en el caso del saintsimonismo, en la toma del poder por la ciencia.
Al respecto, dice Sombart, "¿Pretendían arrancar mediante
luchas lo que debe ser probado?" No obstante la concepción
científica de los utópicos no se extiende a este conocimiento
de que los grupos sociales tienen intereses en una situación existente,
fuerzas para mantenerla, y también formas de falsa conciencia correspondientes
a tales posiciones. Queda muy retrasada respecto a la realidad histórica
del desarrollo de la ciencia misma, que se ha encontrado en gran parte
orientada por la demanda social derivada de tales factores, que
selecciona no solamente lo que puede ser admitido, sino también
lo que puede ser investigado. Los socialistas utópicos siguen prisioneros
del modo de exposición de la verdad científica, conciben
esta verdad según su pura imagen abstracta, tal como les había
sido impuesta en una etapa muy anterior de la sociedad. Como subrayó
Sorel, los utópicos piensan descubrir y demostrar las leyes de la
sociedad sobre el modelo de la astronomía. La armonía
a la que aspiran, hostil a la historia, deriva de un intento de aplicación
de la ciencia a la sociedad menos dependiente de la historia. Intenta hacerse
reconocer con la misma inocencia experimental que el newtonismo, y el destino
feliz constantemente postulado "juega en su ciencia social un papel análogo
al que le corresponde a la inercia en la mecánica racional" (Materiales
para una historia del proletariado).
84
El aspecto determinista-científico en el pensamiento de Marx fue
precisamente la brecha por la cual penetró el proceso de "ideologización",
todavía vivo él, y en mayor medida en la herencia teórica
legada al movimiento obrero. La llegada del sujeto de la historia es retrasada
todavía para más tarde, y es la ciencia histórica
por excelencia, la economía, quien tiende cada vez en mayor medida
a garantizar la necesidad de su propia negación futura. Pero con
ello se rechaza fuera del campo de la visión teórica la práctica
revolucionaria que es la única verdad de esta negación. Así,
es importante estudiar pacientemente el desarrollo económico, y
admitir todavía, con una tranquilidad hegeliana, la aflicción,
lo que sigue siendo, en su resultado, "un cementerio de buenas intenciones".
Se descubre que ahora, según la ciencia de las revoluciones, la
conciencia llega siempre demasiado pronto y deberá ser enseñada.
"La historia nos ha desmentido, a nosotros y a todos los que pensaban como
nosotros. Ha demostrado claramente que el estado del desarrollo económico
en el continente no se hallaba todavía ni mucho menos maduro...",
dirá Engels en 1895. Toda su vida Marx ha mantenido el punto de
vista unitario de su teoría, pero la exposición de
su teoría fue planteada sobre el terreno del pensamiento
dominante precisándose bajo la forma de críticas de disciplinas
particulares, principalmente la crítica a la ciencia fundamental
de la sociedad burguesa, la economía política. Esta mutilación,
ulteriormente aceptada como definitiva, es la que ha constituido el "marxismo".
85
El defecto en la teoría de Marx es naturalmente el defecto de la
lucha revolucionaria del proletariado de su época. La clase obrera
no decretó la revolución en permanencia en la Alemania de
1848; la Comuna fue vencida en el aislamiento. De esa manera la teoría
revolucionaria no puede alcanzar todavía su existencia propia total.
El encontrarse reducido a defenderla y precisarla en la separación
del trabajo académico en el British Museum implicaba una
pérdida en la teoría misma. Son precisamente las justificaciones
científicas extraídas sobre el futuro del desarrollo de la
clase obrera y la práctica organizativa ligada a estas justificaciones
las que se convertirán en los obstáculos de la conciencia
proletaria en un estadio más avanzado.
86
Toda insuficiencia teórica en la defensa científica
de la revolución proletaria puede estar relacionada, tanto por el
contenido como por la forma de la exposición, con una identificación
del proletariado con la burguesía desde el punto de vista de
la toma revolucionaria del poder.
87
La tendencia a fundamentar una demostración de la legalidad científica
del poder proletario haciendo inventario de experimentaciones repetidas
del pasado oscurece desde el Manifiesto el pensamiento histórico
de Marx, haciéndole sostener una imagen lineal del desarrollo
de los modos de producción, arrastrada por luchas de clases que
terminarían en cada caso "en una transformación revolucionaria
de la sociedad entera o en la destrucción común de las clases
en lucha". Pero en la realidad observable de la historia, así como
en "el modo de producción asiático", como Marx constató
en otro lugar, conservaba su inmovilidad a pesar de todos los enfrentamientos
de clase, y ni las sublevaciones de los siervos vencieron jamás
a los barones ni las revueltas de esclavos de la antigüedad a los
hombres libres. El esquema lineal pierde de vista ante todo el hecho de
que la burguesía es la única clase revolucionaria que
ha llegado a vencer; y al mismo tiempo la única para la cual
el desarrollo de la economía ha sido causa y consecuencia de su
apropiación de la sociedad. La misma simplificación condujo
a Marx a descuidar el papel económico del Estado en la gestión
de una sociedad: la de clases. Si la burguesía ascendente pareció
liberar la economía del Estado fue sólo en la medida en que
el antiguo Estado se confundía con el instrumento de una dominación
de clase en una economía estática. La burguesía
desarrolló su poderío económico autónomo en
el período medieval de debilitamiento del Estado, en el momento
de fragmentación feudal del equilibrio de poderes. Pero el Estado
moderno que con el mercantilismo comenzó a apoyar el desarrollo
de la burguesía y que finalmente se convirtió en su Estado
a la hora de "laissez faire, laissez passer" va a revelarse ulteriormente
dotado de un poder central en la gestión calculada del proceso
económico. Marx pudo sin embargo describir en el bonapartismo
este esbozo de la burocracia estatal moderna, fusión del capital
y del Estado, constitución de un "poder nacional del capital sobre
el trabajo, de una fuerza pública organizada para la esclavización
social", donde la burguesía renuncia a toda vía histórica
que no sea su reducción a la historia económica de las cosas
y ve bien "estar condenada a la misma nulidad política que las otras
clases". Aquí están ya puestas las bases sociopolíticas
del espectáculo moderno, que define negativamente al proletariado
como el único pretendiente a la vía histórica.
88
Las dos únicas clases que corresponden efectivamente a la teoría
de Marx, las dos clases puras hacia las cuales conduce todo el análisis
de El Capital, la burguesía y el proletariado, son igualmente
las dos únicas clases revolucionarias de la historia, pero en condiciones
diferentes: la revolución burguesa está hecha; la revolución
proletaria es un proyecto nacido sobre la base de la revolución
precedente, pero difiriendo de ella cualitativamente. Descuidando la originalidad
del papel histórico de la burguesía se enmascara la originalidad
concreta de este proyecto proletario que no puede esperar nada si no es
llevando sus propios colores y conociendo "la inmensidad de sus tareas".
La burguesía ha llegado al poder porque es la clase de la economía
en desarrollo. El proletariado sólo puede tener él mismo
el poder transformándose en la clase de la conciencia. La
maduración de las fuerzas productivas no puede garantizar un poder
tal, ni siquiera por el desvío de la desposesión acrecentada
que entraña. La toma jacobina del Estado no puede ser su instrumento.
Ninguna ideología puede servirle para disfrazar los fines
parciales bajo fines generales, porque no puede conservar ninguna realidad
parcial que sea efectivamente suya.
89
Si Marx, en un periodo determinado de su participación en la lucha
del proletariado, esperó demasiado de la previsión científica,
hasta el punto de crear la base intelectual de las ilusiones del economicismo,
sabemos que él no sucumbió personalmente a ella. En una carta
muy conocida del 7 de diciembre de 1867, acompañando un artículo
donde él mismo critica El Capital, artículo que Engels
debía hacer pasar a la prensa como si procediese de un adversario,
Marx ha expuesto claramente el límite de su propia ciencia: "...La
tendencia subjetiva del autor (que tal vez le imponían su
posición política y su pasado), es decir la manera en que
presentaba a los otros el resultado último del movimiento actual,
del proceso social actual, no tiene ninguna relación con su análisis
real". Así Marx, denunciando él mismo las "conclusiones tendenciosas"
de su análisis objetivo y mediante la ironía del "tal-vez"
al referirse a las opciones extracientíficas que se le habrían
impuesto muestra al mismo tiempo la clave metodológica de la fusión
de ambos aspectos.
90
Es en la lucha histórica misma donde es necesario realizar la fusión
de conocimiento y de acción, de tal forma que cada uno de estos
términos sitúe en el otro la garantía de su verdad.
La constitución de la clase proletaria en sujeto es la organización
de las luchas revolucionarias y la organización de la sociedad en
el momento revolucionario: es allí donde deben existir las
condiciones prácticas de la conciencia, en las cuales la
teoría de la praxis se confirma convirtiéndose en teoría
práctica. Sin embargo esta cuestión central de la organización
ha sido la menos enfrentada por la teoría revolucionaria en la época
en que se fundó el movimiento obrero, es decir, cuando esta teoría
poseía todavía el carácter unitario derivado
del pensamiento de la historia (que precisamente se había propuesto
tratar de desarrollar como una práctica histórica
unitaria). Allí reside por el contrario la inconsecuencia
de esta teoría, que asume el recuperar los métodos de aplicación
estatistas y jerárquicos adoptados de la revolución burguesa.
Las formas de organización del movimiento obrero desarrolladas a
partir de esta renuncia de la teoría tendieron a su vez a impedir
el mantenimiento de una teoría unitaria, disolviéndola en
diversos conocimientos especializados y parcelarios. Esta alienación
ideológica de la teoría ya no puede reconocer entonces la
verificación práctica del pensamiento histórico unitario
que ella ha traicionado, cuando tal verificación surge en la lucha
espontánea de los obreros: solamente puede cooperar en la represión
de su manifestación y su memoria. Si embargo estas formas históricas
aparecidas en la lucha son justamente el medio práctico que faltaba
a la teoría para ser verdadera. Son una exigencia de la teoría,
pero que no había sido formulada teóricamente. El soviet
no fue un descubrimiento de la teoría. Y la más alta verdad
teórica de la Asociación Internacional de los Trabajadores
era su propia existencia en la práctica.
91
Los primeros éxitos de la lucha de la Internacional la llevaban
a liberarse de las influencias confusas de la ideología dominante
que subsistían en ella. Pero la derrota y la represión que
pronto halló hicieron pasar al primer plano un conflicto entre dos
concepciones de la revolución proletaria que contienen ambas una
dimensión autoritaria para la cual la auto-emancipación
consciente de la clase es abandonada. En efecto, la querella que llegó
a ser irreconciliable entre los marxistas y los bakuninistas era doble,
tratando a la vez sobre el poder en la sociedad revolucionaria y sobre
la organización presente del movimiento, y al pasar de uno a otro
de estos aspectos, la posición de los adversarios se invierte. Bakunin
combatía la ilusión de una abolición de las clases
por el uso autoritario del poder estatal, previendo la reconstitución
de una clase dominante burocrática y la dictadura de los más
sabios o de quienes fueran reputados como tales. Marx, que creía
que una maduración inseparable de las contradicciones económicas
y de la educación democrática de los obreros reduciría
el papel de un Estado proletario a una simple fase de legislación
de nuevas relaciones sociales objetivamente impuestas, denunciaba en Bakunin
y sus partidarios el autoritarismo de una élite conspirativa que
se había colocado deliberadamente por encima de la Internacional
y concebía el extravagante designio de imponer a la sociedad la
dictadura irresponsable de los más revolucionarios o de quienes
se designasen a sí mismos como tales. Bakunin reclutaba efectivamente
a sus partidarios sobre una perspectiva tal: "Pilotos invisibles en medio
de la tempestad popular, nosotros debemos dirigirla, no por un poder ostensible
sino por la dictadura colectiva de todos los aliados. Dictadura
sin banda, sin título, sin derecho oficial, y tanto más poderosa
cuanto que no tendrá ninguna de las apariencias del poder." Así
se enfrentaron dos ideologías de la revolución obrera
conteniendo cada una una crítica parcialmente verdadera, pero perdiendo
la unidad del pensamiento de la historia e instituyéndose ellas
mismas en autoridades ideológicas. Organizaciones poderosas,
como la social-democracia alemana y la Federación Anarquista Ibérica
sirvieron fielmente a una u otra de estas ideologías; y en todas
partes el resultado ha sido enormemente diferente del que se deseaba.
92
El hecho de considerar la finalidad de la revolución proletaria
como inmediatamente presente constituye a la vez la grandeza y la
debilidad de la lucha anarquista real (ya que en sus variantes individualistas,
las pretensiones del anarquismo resultan irrisorias). Del pensamiento histórico
de las luchas de clases modernas el anarquismo colectivista retiene únicamente
la conclusión, y su exigencia absoluta de esta conclusión
se traduce igualmente en un desprecio deliberado del método. Así
su crítica de la lucha política ha seguido siendo
abstracta, mientras que su elección de la lucha económica
sólo es afirmada en función de la ilusión de una solución
definitiva arrancada de un solo golpe en este terreno, el día de
la huelga general o de la insurrección. Los anarquistas tienen
un ideal a realizar. El anarquismo es la negación todavía
ideológica del Estado y de las clases, es decir, de las condiciones
sociales mismas de la ideología separada. Es la ideología
de la pura libertad que todo lo iguala y que aleja toda idea del mal
histórico. Este punto de vista de la fusión de todas las
exigencias parciales ha dado al anarquismo el mérito de representar
el rechazo de las condiciones existentes para el conjunto de la vida, y
no alrededor de una especialización crítica privilegiada;
pero siendo considerada esta fusión en lo absoluto según
el capricho individual antes que en su realización efectiva ha condenado
también al anarquismo a una incoherencia fácilmente constatable.
El anarquismo no tiene más que repetir y poner en juego en cada
lucha su misma y simple conclusión total, porque esta primera conclusión
era identificada desde el origen con la culminación integral del
movimiento. Bakunin podía pues escribir en 1873, al abandonar la
Federación Jurasiana: "En los últimos nueve años se
han desarrollado en el seno d e la Internacional más ideas de las
que serían necesarias para salvar el mundo, si las ideas solas pudieran
salvarlo, y desafío a cualquiera a inventar una nueva. El tiempo
ya no pertenece a las ideas, sino a los hechos y a los actos." Sin duda
esta concepción conserva del pensamiento histórico del proletariado
esta certeza de que las ideas deben llegar a ser prácticas, pero
abandona el terreno histórico suponiendo que las formas adecuadas
de este paso a la práctica están ya encontradas y no variarán
más.
93
Los anarquistas, que se distinguen explícitamente del conjunto del
movimiento obrero por su convicción ideológica, van a reproducir
entre ellos esta separación de competencias, proporcionando un terreno
favorable a la dominación informal sobre toda organización
anarquista de los propagandistas y defensores de su propia ideología,
especialistas tanto más mediocres cuanto que por regla general su
actividad intelectual se propone principalmente la repetición de
algunas verdades definitivas. El respeto ideológico de la unanimidad
en la decisión ha favorecido más bien la autoridad incontrolada
en la organización misma de especialistas de la libertad;
y el anarquismo revolucionario espera del pueblo liberado el mismo tipo
de unanimidad, obtenida por los mismos medios. Por otra parte, el rechazo
a considerar la oposición de las condiciones entre una minoría
agrupada en la lucha actual y la sociedad de los individuos libres ha alimentado
una permanente separación de los anarquistas en el momento de la
decisión común, como lo muestra el ejemplo de una infinidad
de insurrecciones anarquistas en España, limitadas y aplastadas
en un plano local.
94
La ilusión sostenida más o menos explícitamente en
el anarquismo auténtico es la inminencia permanente de una revolución
que deberá dar razón a la ideología y al modo de organización
práctica derivado de la ideología, llevándose a término
instantáneamente. El anarquismo ha conducido realmente, en 1936,
una revolución social y el esbozo más avanzado que ha existido
de un poder proletario. En esta circunstancia todavía hay que hacer
notar, por una parte, que la señal de insurrección general
fue impuesta por el pronunciamiento del ejército. Por otra parte,
en la medida en que esta revolución no había sido concluida
en los primeros días, por el hecho de la existencia de un poder
franquista en la mitad del país, apoyado fuertemente por el extranjero
mientras que el resto del movimiento proletario internacional ya estaba
vencido, y por el hecho de la supervivencia de fuerzas burguesas o de otros
partidos obreros estatistas en el campo de la República, el movimiento
anarquista organizado se ha mostrado incapaz de extender las semi-victorias
de la revolución e incluso de defenderlas. Sus jefes reconocidos
han llegado a ser ministros y rehenes del Estado burgués que destruía
la revolución para perder la guerra civil.
95
El "marxismo ortodoxo" de la II Internacional es la ideología científica
de la revolución socialista que identifica toda su verdad con el
proceso objetivo en la economía y con el progreso de un reconocimiento
de esta necesidad en la clase obrera educada por la organización.
Esta ideología reencuentra la confianza en la demostración
pedagógica que había caracterizado el socialismo utópico,
pero ajustada a una referencia contemplativa hacia el curso de la
historia: sin embargo, tal actitud ha perdido la dimensión hegeliana
de una historia total tanto como la imagen inmóvil de la totalidad
presente en la crítica utopista (al más alto grado, en el
caso de Fourier). De semejante actitud científica, que no podía
menos que relanzar en simetría las elecciones éticas, proceden
las frivolidades de Hilferding cuando precisa que reconocer la necesidad
del socialismo no aporta "ninguna indicación sobre la actitud práctica
a adoptar. Pues una cosa es reconocer una necesidad y otra ponerse al servicio
de esta necesidad" (Capital financiero). Los que han ignorado que
el pensamiento unitario de la historia, para Marx y para el proletariado
revolucionario no se distinguía en nada de una actitud práctica
a adoptar debían ser normalmente víctimas de la práctica
que simultáneamente habían adoptado.
96
La ideología de la organización social-demócrata se
ponía en manos de los profesores que educaban a la clase
obrera, y la forma de organización adoptada era la forma adecuada
a este aprendizaje pasivo. La participación de los socialistas de
la II Internacional en las luchas políticas y económicas
era efectivamente concreta, pero profundamente no-crítica.
Estaba dirigida, en nombre de la ilusión revolucionaria,
según una práctica manifiestamente reformista. Así
la ideología revolucionaria debía ser destruida por el éxito
mismo de quienes la sostenían. La separación de los diputados
y los periodistas en el movimiento arrastraba hacia el modo de vida burgués
a los que ya habían sido reclutados de entre los intelectuales burgueses.
La burocracia sindical constituía en agentes comerciales de la fuerza
de trabajo, para venderla como mercancía a su justo precio, a aquellos
mismos que eran reclutados a partir de las luchas de los obreros industriales
y escogidos entre ellos. Para que la actividad de todos ellos conservara
algo de revolucionaria hubiera hecho falta que el capitalismo se encontrara
oportunamente incapaz de soportar económicamente este reformismo
cuya agitación legalista toleraba políticamente. Su ciencia
garantizaba tal incompatibilidad; y la historia la desmentía en
todo momento.
97
Esta contradicción que Bernstein, al ser el socialdemócrata
más alejado de la ideología política y el más
francamente adherido a la metodología de la ciencia burguesa, tuvo
la honestidad de querer mostrar - y el movimiento reformista de los obreros
ingleses lo había mostrado también al prescindir de la ideología
revolucionaria - no debía sin embargo ser demostrada de modo terminante
más que por el propio desarrollo histórico. Bernstein, por
otra parte lleno de ilusiones, había negado que una crisis de la
producción capitalista viniera milagrosamente a empujar hacia delante
a los socialistas que no querían heredar la revolución más
que por esta consagración legítima. El momento de profundos
trastornos sociales que surgió con la primera guerra mundial, aunque
fue fértil en toma de conciencia, demostró por dos veces
que la jerarquía social-demócrata no había educado
revolucionariamente a los obreros alemanes, ni los había convertido
en teóricos: la primera cuando la gran mayoría del partido
se unió a la guerra imperialista, la segunda cuando, en el fracaso,
aplastó a los revolucionarios espartaquistas. El ex-obrero Ebert
creía todavía en el pecado, puesto que confesaba odiar la
revolución "como al pecado". Y este mismo dirigente se mostró
buen precursor de la representación socialista que debía
poco después oponerse como enemigo absoluto al proletariado de Rusia
y de otros países, al formular el programa exacto de esta nueva
alienación: "El socialismo quiere decir trabajar mucho".
98
Lenin no ha sido, como pensador marxista, sino el kautskista fiel
y consecuente que aplicaba la ideología revolucionaria de
este "marxismo ortodoxo" en las condiciones rusas, condiciones que no permitían
la práctica reformista que la II Internacional llevaba consigo en
contrapartida. La dirección exterior del proletariado, actuando
por medio de un partido clandestino disciplinado, sometido a los intelectuales
convertidos en "revolucionarios profesionales", constituye aquí
una profesión que no quiere pactar con ninguna profesión
dirigente de la sociedad capitalista (el régimen político
zarista era por otra parte incapaz de ofrecer tal apertura que se basa
en un estado avanzado del poder de la burguesía). Se convierte pues
en la profesión de la dirección absoluta de la sociedad.
99
El radicalismo ideológico autoritario de los bolcheviques se desplegó
a escala mundial con la guerra y el hundimiento ante ella de la socialdemocracia
internacional. El sangriento final de las ilusiones democráticas
del movimiento obrero había hecho del mundo entero una Rusia, y
el bolchevismo, reinando sobre la primera ruptura revolucionaria que había
traído consigo esta época de crisis, ofrecía al proletariado
de todos los países su modelo jerárquico e ideológico
para "hablar en ruso" a la clase dominante. Lenin no reprochó al
marxismo de la II Internacional ser una ideología revolucionaria,
sino haber dejado de serlo.
100
El mismo momento histórico en que el bolchevismo ha triunfado por
sí mismo en Rusia y la social-democracia ha combatido victoriosamente
por el viejo mundo marca el nacimiento acabado de un orden de cosas
que es el centro de la dominación del espectáculo moderno:
la representación obrera se ha opuesto radicalmente a la
clase.
101
"En todas las revoluciones anteriores", escribía Rosa Luxemburgo
en la Rote Fahne del 21 de diciembre de 1918, "los combatientes
se enfrentaban a cara descubierta: clase contra clase, programa contra
programa. En la revolución presente las tropas de protección
del antiguo régimen no intervienen bajo el estandarte de las clases
dirigentes, sino bajo la bandera de un 'partido social-demócrata'.
Si la cuestión central de la revolución fuera planteada abierta
y honradamente: capitalismo o socialismo, ninguna duda, ninguna vacilación
serían hoy posibles en la gran masa del proletariado." Así,
días antes de su destrucción, la corriente radical del proletariado
alemán descubría el secreto de las nuevas condiciones que
había creado todo el proceso anterior (al que la representación
obrera habría contribuido de modo importante): la organización
espectacular de la defensa del orden existente, el reino social de las
apariencias donde ninguna "cuestión central" puede ser ya planteada
"abierta y honradamente". La representación revolucionaria del proletariado
en este estadio había llegado a ser a la vez el factor principal
y el resultado central de la falsificación general de la sociedad.
102
La organización del proletariado sobre el modelo bolchevique, que
había nacido del atraso ruso y de la capitulación del movimiento
obrero de los países avanzados ante la lucha revolucionaria, encontró
también en el atraso ruso todas las condiciones que llevaban esta
forma de organización hacia la inversión contrarrevolucionaria
que contenía inconscientemente en su germen original; y la capitulación
reiterada de la masa del movimiento obrero europeo ante el Hic Rhodus,
hic salta del período 1918-1920, capitulación que incluía
la destrucción violenta de su minoría radical, favoreció
el desarrollo completo del proceso y permitió que el falaz resultado
se afirmara ante el mundo como la única solución proletaria.
La apropiación del monopolio estático de la representación
y de la defensa del poder de los obreros, que justificó al partido
bolchevique, le hizo llegar a ser lo que ya era: el partido de los
propietarios del proletario, eliminando en lo esencial las formas
precedentes de propiedad.
103
Todas las condiciones de la liquidación del zarismo examinadas en
el debate teórico siempre insatisfactorio durante veinte años
entre las diversas tendencias de la socialdemocracia rusa - debilidad de
la burguesía, peso de la mayoría campesina, papel decisivo
de un proletariado concentrado y combativo pero extremadamente minoritario
en el país - revelaron finalmente en la práctica sus soluciones,
a través de una premisa que no estaba presente en las hipótesis:
la burocracia revolucionaria que dirigía el proletariado, apoderándose
del Estado, impuso a la sociedad una nueva dominación de clase.
La revolución estrictamente burguesa era imposible; la "dictadura
democrática de los obreros y de los campesinos" estaba vacía
de sentido; el poder proletario de los soviets no podía mantenerse
a la vez contra la clase de los campesinos propietarios, la reacción
blanca nacional e internacional y su propia representación exteriorizada
y alienada en partido obrero de los dueños absolutos del Estado,
de la economía, de la expresión y pronto hasta del pensamiento.
La teoría de la revolución permanente de Trotsky y Parvus,
a la cual Lenin se unió de modo efectivo en abril de 1917, fue la
única que llegó a verificarse en los países atrasados
desde el punto de vista del desarrollo social de la burguesía, pero
sólo tras la introducción de este factor desconocido que
era el poder de clase de la burocracia. La concentración de la dictadura
en las manos de la representación suprema de la ideología
fue defendida con la mayor consecuencia por Lenin en los numerosos enfrentamientos
de la dirección bolchevique. Lenin tenía razón contra
sus adversarios cada vez que sostenía la solución implicada
en las elecciones precedentes del poder absoluto minoritario: la democracia
negada estatalmente a los campesinos debía negarse a los
obreros, lo que llevaba a negarla a los dirigentes comunistas de los sindicatos,
y en todo el partido, y finalmente hasta en la cima del partido jerárquico.
En el X Congreso, en el momento en que el soviet de Cronstad era abatido
por las armas y enterrado bajo la calumnia, Lenin pronunciaba contra los
burócratas izquierdistas organizados en "Oposición Obrera"
esta conclusión, cuya lógica extendería Stalin hasta
una perfecta división del mundo: "Aquí, o bien allá
con un fusil, pero no con la oposición... Estamos hartos de la oposición."
104
Al permanecer la burocracia como única propietaria de un capitalismo
de Estado trató primero de asegurar su poder en el interior
mediante una alianza temporal con el campesinado, después de Cronstadt,
y con la "nueva política económica", tal y como la defendió
en el exterior utilizando a los obreros regimentados en los partidos burocráticos
de la III Internacional como fuerza de apoyo de la diplomacia rusa, para
sabotear todo movimiento revolucionario y sostener gobiernos burgueses
con cuyo apoyo contaba en política internacional (el poder de Kuo-Min-Tang
en la China de 1925-27, el Frente Popular en España y en Francia,
etc.). Pero la sociedad burocrática debía proseguir su propia
culminación mediante el terror ejercido sobre el campesinado para
realizar la acumulación capitalista primitiva más brutal
de la historia. Esta industrialización de la época estalinista
revela la realidad última de la burocracia: es la continuación
del poder de la economía, el salvamiento de lo esencial de la sociedad
mercantil mediante el mantenimiento del trabajo-mercancía. Es la
prueba de la economía independiente que domina la sociedad hasta
el punto de recrear para sus propios fines la dominación de clase
que le es necesaria: lo que equivale a decir que la burguesía ha
creado un poder autónomo que, mientras subsista esta autonomía,
puede hasta llegar a prescindir de la burguesía. La burocracia totalitaria
no es "la última clase propietaria de la historia" en el sentido
de Bruno Rizzi, sino solamente una clase dominante de sustitución
para la economía mercantil. La propiedad privada del capitalismo
decadente es reemplazada por un sub-producto simplificado, menos diversificado,
concentrado en propiedad colectiva de la clase burocrática.
Esta forma subdesarrollada de clase dominante es también la expresión
del subdesarrollo económico; y no tiene otra perspectiva que superar
el retraso de este desarrollo en ciertas regiones del mundo. El partido
obrero, organizado según el modelo burgués de la separación,
ha proporcionado el cuadro jerárquico-estatal a esta edición
suplementaria de la clase dominante. Anton Ciliga anotaba en una prisión
de Stalin que "las cuestiones técnicas de organización resultaban
ser cuestiones sociales" (Lenin y la revolución).
105
La ideología revolucionaria, la coherencia de lo separado
de la que el leninismo constituye el más alto esfuerzo voluntarista,
que detenta la gestión de una realidad que la rechaza, con el stalinismo
reencontrará su verdad en la incoherencia. En este momento
la ideología ya no es un arma, sino un fin. La mentira que ya no
es contradicha se convierte en locura. Tanto la realidad como el fin son
disueltos en la proclamación ideológica totalitaria: todo
lo que ella dice es todo lo que es. Es un primitivismo local del espectáculo,
cuyo papel es sin embargo esencial en el desarrollo del espectáculo
mundial. La ideología que aquí se materializa no ha transformado
económicamente el mundo, como el capitalismo que ha alcanzado el
estadio de la abundancia; solo ha transformado políticamente la
percepción.
106
La clase ideológica-totalitaria en el poder es el poder de un mundo
invertido: cuanto más fuerte es, más afirma que no existe,
y su fuerza le sirve antes que nada para afirmar su inexistencia. Es modesta
sólo en este punto, pues su inexistencia oficial debe coincidir
también con el nec plus ultra del desarrollo histórico,
que simultáneamente se debería a su dominio infalible. Expuesta
por todas partes, la burocracia debe ser la clase invisible para
la conciencia, de forma que toda la vida social se vuelve demente. La organización
social de la mentira absoluta dimana de esta contradicción fundamental.
107
El stalinismo fue el reino del terror para la clase burocrática
misma. El terrorismo que funda el poder de esta clase debe golpear también
a esta clase, ya que no posee ninguna garantía jurídica,
ninguna existencia reconocida en tanto que clase propietaria que pudiera
extender a cada uno de sus miembros. Su propiedad real está disimulada,
y no ha llegado a ser propietaria sino a través de la falsa conciencia.
La falsa conciencia solo mantiene su poder absoluto por el terror absoluto,
donde todo verdadero motivo termina por perderse. Los miembros de la clase
burocrática en el poder no tienen derecho de posesión sobre
la sociedad más que colectivamente, en tanto que participantes en
una mentira fundamental: es necesario que representen el papel del proletariado
dirigiendo una sociedad socialista; que sean los actores fieles al texto
de una infidelidad ideológica. Pero la participación efectiva
en esta mentira debe verse reconocida como una participación verídica.
Ningún burócrata puede sostener individualmente su derecho
al poder, pues probar que es un proletario socialista sería manifestarse
como lo contrario de un burócrata; y probar que es un burócrata
es imposible porque la verdad oficial de la burocracia es que no existe.
Así, cada burócrata está en dependencia absoluta con
una garantía central de la ideología que reconoce
una participación colectiva de su "poder socialista" a todos
los burócratas que no destruye. Aunque los burócratas
tomados en conjunto deciden sobre todas las cosas, la cohesión de
su propia clase no puede ser asegurada más que mediante la concentración
de su poder terrorista en una sola persona. En esta persona reside la única
verdad práctica de la mentira en el poder: la fijación
indiscutible de su frontera siempre rectificada. Stalin decide sin apelación
quién es finalmente burócrata poseedor; es decir, quién
debe ser llamado "proletario en el poder" o bien "traidor a sueldo de Mikado
y de Wall Street". Los átomos burocráticos sólo encuentran
la esencia común de su derecho en la persona de Stalin. Stalin es
el soberano del mundo que de esta forma se conoce como persona absoluta,
para cuya conciencia no existe espíritu más elevado. "El
soberano del mundo posee la conciencia efectiva de lo que él es
- el poder universal de la efectividad - en la violencia destructiva que
ejerce contra el Sí mismo de los sujetos que le hacen frente." Es
a la vez el poder que define el terreno de la dominación y "el
poder que arrasa este terreno".
108
Cuando la ideología, convertida en absoluta por la posesión
del poder absoluto, se ha transformado de conocimiento parcelario en mentira
totalitaria, el pensamiento de la historia ha sido anulado tan perfectamente
que la historia misma, al nivel del conocimiento más empírico,
no puede ya existir. La sociedad burocrática totalitaria vive en
un presente perpetuo, donde todo lo que ha sucedido existe para ella solamente
como un espacio accesible a su política. El proyecto, ya formulado
por Napoleón, de "dirigir monárquicamente la energía
de los recuerdos" ha encontrado su concreción total en una manipulación
permanente del pasado no solamente en las significaciones, sino también
en los hechos. Pero el precio de esta liberación de toda realidad
histórica es la pérdida de la referencia racional que es
indispensable a la sociedad histórica del capitalismo. Sabemos
lo que la aplicación científica de la ideología convertida
en locura ha podido costar a la economía rusa, aunque sólo
sea con la impostura de Lyssenko. Esta contradicción de la burocracia
totalitaria administrando una sociedad industrializada, atrapada entre
su necesidad y su rechazo de lo racional, constituye una de las deficiencias
principales con respecto al desarrollo capitalista normal. Así como
la burocracia no puede resolver como él la cuestión de la
agricultura, es finalmente inferior a él en la producción
industrial, planificada autoritariamente sobre las bases del irrealismo
y de la mentira generalizada.
109
El movimiento obrero revolucionario fue aniquilado entre las dos guerras
por la acción conjugada de la burocracia estalinista y del totalitarismo
fascista, que había adoptado su forma de organización como
partido totalitario experimentado en Rusia. El fascismo ha sido una defensa
extremista de la economía burguesa amenazada por la crisis y la
subversión proletaria, el estado de sitio en la sociedad
capitalista, por el que esta sociedad se salva y se aplica una primera
racionalización de urgencia haciendo intervenir masivamente al Estado
en su gestión. Pero tal racionalización está ella
misma gravada por la inmensa irracionalidad de su medio. Si el fascismo
se alza en defensa de los principales aspectos de la ideología burguesa
convertida en conservadora (la familia, la propiedad, el orden moral, la
nación) reuniendo a la pequeña burguesía y a los parados
aterrados por la crisis o desilusionados por la impotencia de la revolución
socialista, él mismo no es fundamentalmente ideológico. Se
presenta como lo que es: una resurrección violenta del mito
que exige la participación de una comunidad definida por seudo-valores
arcaicos: la raza, la sangre, el jefe. El fascismo es el arcaísmo
técnicamente equipado. Su ersatz descompuesto del mito
es retomado en el contexto espectacular de los medios de condicionamiento
e ilusión más modernos. Así, es uno de los factores
en la formación del espectáculo moderno, del mismo modo que
su participación en la destrucción del antiguo movimiento
obrero hace de él una de las potencias fundadoras de la sociedad
presente; pero como el fascismo resulta ser también la forma
más costosa del mantenimiento del orden capitalista, debió
abandonar normalmente el primer plano de la escena que ocupan las grandes
representaciones de los Estados capitalistas, eliminado por formas más
racionales y más fuertes de este orden.
110
Cuando la burocracia rusa logró por fin deshacerse de las marcas
de la propiedad burguesa que trababan su reino sobre la economía
al desarrollar ésta para su propio uso y ser reconocida en el exterior
entre las grandes potencias, quiso gozar tranquilamente de su propio mundo
suprimiendo esta parte de arbitrariedad que se ejercía sobre ella
misma: denunció el estalinismo de su origen. Pero tal denuncia sigue
siendo estalinista, arbitraria, inexplicada e incesantemente corregida,
pues la mentira ideológica de su origen no puede jamás
revelarse. Así la burocracia no puede liberarse ni cultural
ni políticamente porque su existencia como clase depende de su monopolio
ideológico que, con todo su peso, es su único título
de propiedad. La ideología ha perdido ciertamente la pasión
de su afirmación positiva, pero lo que de ella subsiste de trivialidad
indiferente tiene todavía esta función represiva de prohibir
la menor concurrencia, de tener cautiva la totalidad del pensamiento. La
burocracia está así ligada a una ideología que ya
no es creída por nadie. Lo que era terrorista se ha vuelto irrisorio,
pero esta misma irrisión no puede mantenerse si no es conservando
en segundo plano el terrorismo del que hubiera querido deshacerse. Así,
al mismo tiempo que la burocracia quiere demostrar su superioridad en el
terreno del capitalismo se reconoce como pariente pobre del capitalismo.
De la misma forma que su historia efectiva está en contradicción
con su derecho y su ignorancia groseramente mantenida en contradicción
con sus pretensiones científicas, su proyecto de rivalizar con la
burguesía en la producción de una abundancia mercantil está
entorpecido por el hecho de que tal abundancia lleva en sí misma
su ideología implícita y surte normalmente una libertad
indefinidamente extendida de falsas elecciones espectaculares, seudo-libertad
que sigue siendo inconciliable con la ideología burocrática.
111
En este momento del desarrollo el título de propiedad ideológica
de la burocracias se derrumba ya a escala internacional. El poder que se
había establecido nacionalmente como modelo fundamentalmente internacionalista
debe admitir que no puede pretender sostener su falsa cohesión más
allá de cada frontera nacional. El desigual desarrollo económico
que conocen las burocracias, con intereses concurrentes, que han logrado
poseer su "socialismo" fuera de un solo país, ha conducido al enfrentamiento
público y completo de la mentira rusa y la mentira china. A partir
de este punto cada burocracia en el poder o cada partido totalitario candidato
al poder dejado por el periodo estalinista en algunas clases obreras nacionales
debe seguir su propia vía. Sumándose a las manifestaciones
de negación interior que comenzaron a afirmarse ante el mundo con
la revuelta obrera de Berlín-Este que opuso a los burócratas
su exigencia de "un gobierno de metalúrgicos" y que ya llegaron
una vez hasta el poder con los consejos obreros de Hungría, la descomposición
mundial de la alianza de la mistificación burocrática es,
en último término, el factor más desfavorable para
el desarrollo actual de la sociedad capitalista. La burguesía está
en el trance de perder el adversario que la sostenía objetivamente
unificando ilusoriamente toda negación del orden existente. Tal
división del trabajo espectacular ve su fin cuando el rol seudo-revolucionario
se divide a su vez. El elemento espectacular de la disolución del
movimiento obrero va a ser él mismo disuelto.
112
La ilusión leninista no tiene hoy otra base que las diversas tendencias
trotskistas, en las que la identificación del proyecto proletario
con una organización jerárquica de la ideología sobrevive
firmamente a la experiencia de todos sus resultados. La distancia que separa
el trotskismo de la crítica revolucionaria de la sociedad actual
le permite también observar una distancia respetuosa respecto de
posiciones que ya sostenían cuando se utilizaron en un combate real.
Trotski permaneció hasta 1927 fundamentalmente solidario con la
alta burocracia para intentar apoderarse de ella con el fin de hacerle
reemprender una acción realmente bolchevique en el exterior (se
sabe que en ese momento, para que el famoso "testamento de Lenin" pasara
inadvertido, llegó a desautorizar calumniosamente a su partidario
Max Eastman que lo había divulgado). Trotski fue condenado por su
perspectiva fundamental, puesto que en el momento en que la burocracia
se reconoce en su resultado como clase contrarrevolucionaria en el interior
debe escoger también ser efectivamente contrarevolucionaria hacia
el exterior en nombre de la revolución como el lugar en que ella
reside. La lucha posterior de Trotski por una V Internacional contiene
la misma inconsecuencia. Él se negó toda su vida a reconocer
en la burocracia el poder de una clase separada porque se había
convertido durante la segunda revolución rusa en partidario incondicional
de la forma bolchevique de organización. Cuando Lukàcs mostró
en 1923 de esta forma la mediación al fin descubierta entre la teoría
y la práctica, en que los proletarios dejan de ser "espectadores"
de los sucesos ocurridos en su organización para elegirlos y vivirlos
de modo consciente, describía como méritos efectivos del
partido bolchevique todo lo que el partido bolchevique no era. Lukàcs
era todavía, a pesar de su profundo trabajo teórico, un ideólogo
que habla en nombre del poder más vulgarmente exterior al movimiento
proletario, que creía y hacía creer que se encontraba él
mismo, con su personalidad total, en el poder como en lo que le es propio.
Cuando las consecuencias mostraron de qué manera este poder deniega
y suprime a sus lacayos, Lukàcs, desmintiéndose sin cesar,
hizo ver con una nitidez caricatural con qué se había identificado
exactamente: con lo contrario de sí mismo y de lo que había
sostenido en Historia y conciencia de clase. Lukàcs verifica
a la perfección la regla fundamental que juzga a todos los intelectuales
de este siglo: lo que ellos respetan da la medida exacta su propia
realidad despreciable. Lenin sin embargo nunca había fomentado
este tipo de ilusiones sobre su actividad, y admitía que "un partido
político no puede examinar a sus miembros para ver si hay contradicciones
entre su filosofía y el programa del partido". El partido real cuyo
retrato soñado había presentado Lukàcs a destiempo
no era coherente más que para una tarea precisa y parcial: tomar
el poder en el Estado.
113
La ilusión neo-leninista del trotskismo actual, al ser desmentida
a cada instante por la realidad de la sociedad capitalista moderna, tanto
burguesa como burocrática, encuentra normalmente un campo de aplicación
privilegiado en los paises "subdesarrollados" formalmente independientes,
donde la ilusión de una variante cualquiera de socialismo estatal
y burocrático está consciente manipulada por las clases dirigentes
locales como simple ideología del desarrollo económico.
La composición híbrida de estas clases se vincula con más
o menos nitidez con una gradación sobre el espectro burguesía-burocracia.
Su juego a escala internacional entre estos dos polos del poder capitalista
existente, así como sus compromisos ideológicos - notablemente
con el islamismo -, que expresan la realidad híbrida de su base
social, llegan a arrebatar a este último subproducto del socialismo
ideológico de toda otra seriedad que no sea la policial. Una burocracia
ha podido formarse encuadrando la lucha nacional y la revuelta agraria
de los campesinos: entonces tiende, como en China, a aplicar el modelo
estalinista de industrialización en una sociedad menos desarrollada
que la Rusia de 1917. Una burocracia capaz de industrializar la nación
puede formarse a partir de la pequeña burguesía de cuadros
del ejército apoderándose del poder, como muestra el ejemplo
de Egipto. En ciertos puntos, como en Argelia a la salida de su guerra
de independencia, la burocracia que se constituyó como dirección
para-estatal durante la lucha busca el punto de equilibrio de un compromiso
para fusionarse con una débil burguesía nacional. Por último
en las antiguas colonias de África Negra que siguen abiertamente
ligadas a la burguesía occidental, americana o europea, una burguesía
se constituye - con frecuencia a partir del poder de los jefes tradicionales
del tribalismo - mediante la posesión del Estado: en estos
paises donde el imperialismo extranjero sigue siendo el verdadero dueño
de la economía llega un momento en que los compradores han
recibido en compensación por su venta de productos indígenas
la propiedad de un estado indígena, independiente de las masas locales
pero no del imperialismo. En este caso se trata de una burguesía
artificial que no es capaz de acumular, sino que simplemente dilapida
tanto la parte de plusvalía del trabajo local que le corresponde
como los subsidios extranjeros de los Estados o monopolios que son sus
protectores. La evidencia de la incapacidad de estas clases burguesas para
llevar a cabo la función económica normal de la burguesía
compone ante cada una de ellas una subversión del modelo burocrático
más o menos adaptado a las particularidades locales, que quiere
apoderarse de su herencia. Pero el éxito mismo de una burocracia
en su proyecto fundamental de industrialización contiene necesariamente
la perspectiva de su fracaso histórico: acumulando el capital, acumula
el proletariado, y crea su propio desmentido en un país donde éste
todavía no existía.
114
En este desarrollo complejo y terrible que ha arrastrado la época
de las luchas de clases hacia nuevas condiciones el proletariado de los
países industriales ha perdido completamente la afirmación
de su perspectiva autónoma y, en último análisis,
sus ilusiones, pero no su ser. No ha sido suprimido. Mora irreductiblemente
existiendo en la alienación intensificada del capitalismo moderno:
es la inmensa mayoría de trabajadores que han perdido todo el poder
sobre el empleo de sus vidas y que, los que lo saben, se redefinen
como proletariado, el negativo del obrero en esta sociedad. Este proletariado
es reforzado objetivamente por el movimiento de desaparición del
campesinado así como por la extensión de la lógica
del trabajo en la fábrica que se aplica a gran parte de los "servicios"
y de las profesiones intelectuales. Este proletariado se halla todavía
subjetivamente alejado de su conciencia práctica de clase,
no sólo entre los empleados sino también entre los obreros
que todavía no han descubierto más que la impotencia y la
mistificación de la vieja política. Sin embargo, cuando el
proletariado descubre que su propia fuerza exteriorizada contribuye al
fortalecimiento permanente de la sociedad capitalista, ya no solamente
bajo la forma de su trabajo, sino también bajo la forma de los sindicatos,
los partidos o el poder estatal que él había construido para
emanciparse, descubre también por la experiencia histórica
concreta que él es la clase totalmente enemiga de toda exteriorización
fijada y de toda especialización del poder. Es portador de la
revolución que no puede dejar nada fuera de sí misma,
la exigencia de la dominación permanente del presente sobre el pasado
y la crítica total de la separación; y es aquí donde
debe encontrar la forma adecuada en la acción. Ninguna mejora cuantitativa
de su miseria, ninguna ilusión de integración jerárquica
son un remedio durable contra su insatisfacción, porque el proletariado
no puede reconocerse verídicamente en una injusticia particular
que haya sufrido ni tampoco en la reparación de una injusticia
particular, ni de un gran número de injusticias, sino solamente
en la absoluta injusticia de ser arrojado al margen de la vida.
115
De los nuevos signos de negación, incomprendidos y falsificados
por la organización espectacular, que se multiplican en los países
más avanzados económicamente, se puede ya sacar la conclusión
de que una nueva época ha comenzado: tras la primera tentativa de
subversión obrera ahora es la abundancia capitalista la que ha
fracasado. Cuando las luchas antisindicales de los obreros occidentales
son reprimidas en primer lugar por los propios sindicatos y cuando las
revueltas actuales de la juventud lanzan una primera contestación
informe, que implica de modo inmediato el rechazo de la antigua política
especializada, de arte y de la vida cotidiana, están aquí
presentes las dos caras de una lucha espontánea que comienza bajo
el aspecto criminal. Son los signos precursores del segundo asalto
proletario contra la sociedad de clases. Cuando los hijos perdidos de este
ejército todavía inmóvil reaparecen sobre este terreno,
devenido otro y permaneciendo él mismo, siguen a un nuevo "general
Ludd" que, esta vez, los lanza a la destrucción de las máquinas
del consumo permitido.
116
"La forma política por fin descubierta bajo la cual la emancipación
económica del trabajo podría realizarse" ha tomado en este
siglo una nítida figura en los Consejos obreros revolucionarios,
concentrando en ellos todas las funciones de decisión y ejecución,
y federándose por medio de delegados responsables ante la base y
revocables en todo momento. Su existencia efectiva no ha sido hasta ahora
más que un breve esbozo, enseguida combatido y vencido por la diferentes
fuerzas de defensa de la sociedad de clases, entre las cuales a menudo
hay que contar su propia falsa conciencia. Pannekoek insistía justamente
sobre el hecho de que la elección de un poder de los Consejos obreros
"plantea problemas" más que aporta una solución. Pero es
precisamente en este poder donde los problemas de la revolución
del proletariado pueden tener su verdadera solución. Es el lugar
donde las condiciones objetivas de la conciencia histórica se reúnen;
donde se da la realización de la comunicación directa activa,
donde terminan la especialización, la jerarquía y la separación,
donde las condiciones existentes han sido transformadas "en condiciones
de unidad". Aquí el sujeto proletario puede emerger de su lucha
contra la contemplación: su conciencia equivale a la organización
práctica que ella se ha dado, porque esta misma conciencia es inseparable
de la intervención coherente en la historia.
117
En el poder de los Consejos, que debe suplantar internacionalmente a cualquier
otro poder, el movimiento proletario es su propio producto, y este producto
es el productor mismo. Él mismo es su propio fin. Sólo ahí
la negación espectacular de la vida es negada a su vez.
118
La aparición de los Consejos fue la más alta realidad del
movimiento proletario en el primer cuarto de siglo, realidad que pasó
inadvertida o disfrazada porque desaparecía con el resto del movimiento
que el conjunto de la experiencia histórica de entonces desmentía
y eliminaba. En el nuevo momento de la crítica proletaria, este
resultado vuelve como el único punto invicto del movimiento vencido.
La conciencia histórica que sabe que tiene en sí misma su
único medio de existencia puede reconocerlo ahora no ya en la periferia
de lo que refluye sino en el centro de lo que aumenta.
119
Una organización revolucionaria existente ante el poder de los Consejos
- deberá encontrar su propia forma luchando - sabe ya por todas
estas razones históricas que no representa a la clase. Debe
reconocerse a sí misma solamente como una separación radical
del mundo de la separación.
120
La organización revolucionaria es la expresión coherente
de la teoría de la praxis entrando en comunicación no-unilateral
con las luchas prácticas y transformándose en teoría
práctica. Su propia práctica es la generalización
de la comunicación y la coherencia en estas luchas. En el momento
revolucionario de la disolución de la separación social,
esta organización debe reconocer su propia disolución en
tanto que organización separada.
121
La organización revolucionaria no puede ser más que la crítica
unitaria de la sociedad, es decir, una crítica que no pacta con
ninguna forma de poder separado, en ningún lugar del mundo, y una
crítica pronunciada globalmente contra todos los aspectos de la
vida social alienada. En la lucha de la organización revolucionaria
contra la sociedad de clases, las armas no son otra cosa que la esencia
de los propios combatientes: la organización revolucionaria no puede
reproducir en sí misma las condiciones de escisión y de jerarquía
de la sociedad dominante. Debe luchar permanentemente contra su deformación
en el espectáculo reinante. El único límite de la
participación en la democracia total de la organización revolucionaria
es el reconocimiento y la autoapropiación efectiva, por todos sus
miembros, de la coherencia de su crítica, coherencia que debe probarse
en la teoría crítica propiamente dicha y en la relación
entre ésta y la actividad práctica.
122
Mientras la realización cada vez más instalada de la alienación
capitalista a todos los niveles hace cada vez más difícil
a los trabajadores reconocer y nombrar su propia miseria, los pone en la
alternativa de rechazar la totalidad de su miseria o nada, la organización
revolucionaria ha debido aprender que no puede ya combatir la alienación
bajo formas alienadas.
123
La revolución proletaria se halla enteramente supeditada a esta
necesidad de que, por primera vez, la teoría como inteligencia de
la práctica humana sea reconocida y vivida por las masas. Exige
que los obreros lleguen a ser dialécticos e inscriban su pensamiento
en la práctica; así pide a los hombres sin cualificar
mucho más de lo que la revolución burguesa exigía
a los hombres cualificados en quienes delegó su puesta en práctica:
pues la conciencia ideológica parcial edificada por una parte de
la clase burguesa tenía su base en esta parte central de
la vida social, la economía, sobre la que esta clase tenía
ya el poder. El desarrollo mismo de la sociedad de clases hasta la
organización espectacular de la no-vida lleva al proyecto revolucionario
a ser visiblemente lo que ya era esencialmente.
124
La teoría revolucionaria es ahora enemiga de toda ideología
revolucionaria y sabe que lo es.
Guy Debord: La sociedad del espectáculo.
Trad. revisada por Maldeojo para el Archivo Situacionista (1998).
Tiempo e Historia
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