La autodeterminación, una gran decepción
James Petras, Oct/98

 

 
AQUELLOS de nosotros que alcanzamos la madurez política en los años 60 creíamos firmemente que la autodeterminación de las naciones era un derecho sagrado que debía apoyarse en todas partes y en todas las épocas. Existían bastantes motivos para creer en este derecho: los pueblos de Indochina, de la República Dominicana y de Cuba presentaban resistencia a las intervenciones militares de EEUU; el pueblo checo se oponía a la invasión rusa, y los argelinos luchaban por su independencia contra el colonialismo francés.

Ultimamente, sin embargo, han surgido buenas razones para que reflexionemos sobre nuestra respuesta automática de apoyo a llamamientos a favor de la autodeterminación que podrían resultar falsos y engañosos. En los últimos 10 años algunos países viables y pacíficos como Yugoslavia se han desmembrado con un saldo de centenares de miles de muertos, personas desplazadas y vidas rotas. Los movimientos separatistas se han convertido en las garras de las grandes potencias que intentan por la fuerza establecer para sí nuevos ámbitos de influencia empleando la conocida estrategia de dividir y conquistar.

En segundo lugar, muchos de estos nuevos estados han quedado subordinados a otras nuevas potencias; la secesión de una unidad política ha sido el puente a la subordinación a otro conjunto de potencias políticas y económicas. Las antiguas naciones que formaban la URSS constituyen el mejor ejemplo. Su independencia fue de muy corta duración, ya que se han convertido en una especie de repúblicas bananeras de Asia, dirigidas por autócratas asociados con las multinacionales petroleras y las potencias occidentales.

En tercer lugar, el término nacional se ha hecho problemático. La mayor parte de los regímenes de Europa del Este rompieron con el Pacto de Varsovia y el CAME.. para convertirse en socios subordinados de la OTAN y de la UE.

Cuarto, el prefijo auto- del término autodeterminación es una cortina detrás de la cual se oculta una serie de actores sociales y políticos, muchos con una agenda de sometimiento social, cultural y político: Afganistán es el paradigma. EEUU, Arabia Saudí y otros estados musulmanes reaccionarios financiaron, entrenaron y suministraron armamento y dinero a fanáticos religiosos y líderes tribales reaccionarios que se dedican a asesinar a los maestros que enseñan a leer y escribir a las niñas. La posterior destrucción de un Estado laico y las cruentas guerras tribales hicieron retroceder a Afganistán a un despotismo medieval que emplea el terror contra las mujeres y los demócratas laicos. El auto de la autodeterminación de Afganistán era claramente la antítesis de otros valores democráticos fundamentales.

Quinto, muchas de las naciones e identidades étnicas que se consideran oprimidas contienen importantes minorías. Cuando estos nacionales oprimidos llegan al poder suelen castigar a las minorías y negarles el derecho a la autodeterminación. En Kosovo la mayoría albanesa ha empleado el terror contra la minoría serbia como parte de su política de secesión, en gran medida producto de las ambiciones anexionistas de los líderes autoritarios del Estado de Albania. En Bosnia, estas prácticas también han sido comunes. En otros países las víctimas se han convertido en opresores. Los israelíes tratan a los palestinos como ciudadanos de segunda clase; los catalanes fomentan y llevan a la práctica una política educativa monolingüe que perjudica a los hispanohablantes, casi el 50% de la población de Cataluña.

Lo que ha quedado claro con la reciente avalancha de declaraciones de independencia es la peculiar naturaleza de los apoyos internacionales. Mientras EEUU proclama su apoyo a la autodeterminación de Bosnia, bombardea e invade Panamá, arresta a su dirigente, Noriega, y lo procesa y encarcela en Miami. Asimismo, en lo que concierne a la independencia de los países de Europa del Este, los gobiernos de Europa Occidental y de EEUU condenaban la dominación rusa, aunque después de producirse la liberación de las principales industrias nacionales, ahora ellos ejercen un control importante de los medios informativos y, al ser los principales acreedores, dirigen su política económica. Los nacionalistas que antes criticaban el dominio soviético han pasado a ser los súbditos eslavos de los regímenes occidentales neoliberales. Si se examina este proceso de liberación nacional desde una perspectiva histórica más amplia, queda claro que debajo de la retórica nacionalista yace la competencia de las grandes potencias por la clientela local. En la práctica, lo que en realidad se discute es la elección de una u otra potencia hegemónica y las ventajas sociales y políticas que puedan extraer las elites nacionales para sí mismas y sus seguidores inmediatos.

Las potencias occidentales y sus clientes, los defensores de la liberación nacional, no toman en cuenta la enorme destrucción a largo plazo que suelen fomentar en países de por sí pacíficos y en desarrollo. El caso de la antigua Yugoslavia nos sirve de lección. Alemania intervino directamente, fomentando el nacionalismo croata y esloveno, mientras que EEUU lo hizo para apoyar la secesión de Bosnia. Los miembros de los distintos grupos nacionales que habían convivido, trabajado, contraído matrimonio y estudiado pacíficamente durante más de 40 años quedaron divididos, convertidos en sanguinarios adversarios. La propaganda occidental fomentó el mito de los milenarios odios de los balcanes para ocultar el papel intervencionista de Occidente en la propagación de rabiosos nacionalismos. A los medios informativos se les olvidó hablar de las anteriores décadas de convivencia pacífica. Como consecuencia, la federación socialista de provincias autónomas quedo desmembrada en una serie de miniestados que dependen de las grandes potencias, se produjo un gran trastorno económico, así como violentas venganzas entre antiguos amigos y vecinos. Todo en nombre de la autodeterminación.

Algunos progresistas podrían argumentar que el apoyo selectivo a la autodeterminación de ciertos países por parte de las potencias imperiales de Occidente no comprometen el principio en sí, que sigue siendo un pilar de la política democrática. Estos mismos progresistas también podrían argumentar que las violaciones de los derechos de las minorías cometidas por pueblos y naciones anteriormente oprimidos no ponen en duda el principio de la autodeterminación, sólo indican que se debe ampliar y profundizar. Contra estos argumentos yo sostengo que la lógica de la autodeterminación conduce a la proliferación de miniestados, cada vez más susceptibles de ser absorbidos por las multinacionales y los poderes hegemónicos.

Yo sugiero que no se maneje el principio de la autodeterminación como dogma universal aplicable en todos los lugares y en cualquier época. Debe considerarse en un sentido más pragmático y flexible, examinándose su aplicación en relación con otros valores democráticos y en el contexto del bienestar de la sociedad. Una federación yugoslava imperfecta en la que se negociaban las ventajas relativas de las distintas naciones era preferible con mucho a la destrucción, la muerte y la dependencia fomentada por los rabiosos chovinistas que siguen proclamando las virtudes de los estados independientes.

Un Afganistán laico y en desarrollo, gobernado por un régimen de izquierda apoyado por la URSS, que fomentaba la igualdad entre los sexos, la separación de la religión de la política y la reforma agraria era más desarrollado que el actual escenario hobbesiano, respaldado por EEUU, en el que los patriarcas y señores de la guerra bombardean ciudades, amputan miembros de presuntos ladrones, y reducen a las mujeres al analfabetismo y la servidumbre.

Entendamos que es falso el dilema entre estas dos soluciones absolutas: la autodeterminación o el sometimiento. Sobre todo, es necesario entender la naturaleza ambigua de los términos con los que se pretende definir la autodeterminación. El contenido social y político del prefijo auto- es fundamental. ¿Son los grupos que controlan el proyecto de autodeterminación patriarcas reaccionarios, chovinistas autoritarios dispuestos a quitarse el vestido típico del campesino sojuzgado para ponerse el uniforme del antiguo opresor?

El apoyo a los movimientos de autodeterminación nacional debería condicionarse al carácter emancipador de sus dirigentes, a su tolerancia y respeto hacia las minorías, y sobre todo, a su determinación de servir al pueblo, en lugar de derrocar a los antiguos amos para convertirse ellos en los nuevos.