EL CONTROL DE LA GUERRA

Lucía Draín

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En el año 1000 a.C. se alcanza el número máximo de unidades políticas, alrededor de 500.000 bandas, aldeas y jefaturas distintas. La formación de estados e imperios las redujo a 200.000 en el 500 d.C. Actualmente, su número no alcanza los 200 estados soberanos. Nos dirigimos al estado mundial.
 
 

Sin embargo, produce escalofríos comprobar que, casi el único mecanismo de unificación ha sido la guerra. La "grandeza" de cada nuevo estado es proporcional a la intensidad destructiva de las guerras que lo engendran. Podemos preguntarnos, si conseguimos evitar la sensación de vértigo, cual será el alcance y horror de la guerra que genere el estado mundial.
 
 

Ante estos temas, a cada uno de nosotros nos falta el aliento. Pequeños individuos frente a una monstruosa evidencia histórica, más bien antropológica. Los estados son hijos bastardos de la puta guerra. La inmensa mayoría desvía la mirada ante el monstruo. No se les puede culpar.
 
 

Las religiones, que han tenido las máximas oportunidades, no han conseguido desactivar las guerras. La experiencia histórica las desautoriza como inoperantes. Sólo dos movimientos ideológicos ofrecen algo, el anarquismo y pacifismo. El resto se atreven a ignorar el problema. El anarquismo, prácticamente sin base social, concentra el origen de las guerras en la propia existencia del estado. Tal vez sea cierto. Pero la existencia de estados fuertes es la única garantía de la redistribución de riquezas frente a la acumulación masiva. Otro gran problema pendiente.
 
 

El pacifismo, basa su fuerza en la renuncia de cada individuo a ejercer la violencia, algunas veces con la ayuda de creencias religiosas, otras con la simple convicción personal. Muy meritorio, pero insuficiente. Las guerras las inician las élites, con tal virulencia, que incluso eliminan a aquellos que se niegan a matar. La renuncia a la violencia del pacifista puede exigirle su única propia vida. Demasiado para la mayoría de nosotros. Sólo queda una pequeña salida, casi una utopía: el control de las élites, el estado democrático. Sin duda, la democracia es prerequisito para cualquier iniciativa que plantee el movimiento pacifista.
 
 

La balbuceante predemocracia española, al igual que las autodenominadas democracias occidentales, sólo ofrece un raquítico control sobre la paz y la guerra. Constitución, art. 63.3: "Al Rey corresponde, previa autorización de las Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz". ¿Es suficiente para ti? La actual situación no puede ser más inquietante para nuestra seguridad.

Hablemos del pacifismo actual. La ausencia de estructura organizativa y el descarado sesgo de los medios de comunicación simplifican el pacifismo. La mayoría de la población sólo puede visualizar una única propuesta. Una polémica propuesta: el antimilitarismo o la disolución del ejercito propio. No deseo argumentar ahora sobre esa controversia de difícil implantación social e incluso intelectual. Me gustaría, más bien, presentar el pacifismo como un abanico de iniciativas. Se imponen varias reformas constitucionales de carácter urgente. Realmente urgentes, pues sólo serán posibles en tiempo de paz.
 
 

Debemos proclamar al resto del mundo, de forma explícita en nuestra Constitución, la renuncia a cualquier acción ofensiva de nuestros ejércitos. Nuestra política exterior tiene que exigir a las sociedades vecinas un compromiso semejante: el rechazo al uso de la fuerza fuera de sus fronteras.
 
 

No pequemos de ingenuidad. Es obvio que la región entre la ofensiva y la defensa militar es tan difusa que las élites estatales presentan como defensiva cualquier iniciativa militar. Controlando los medios de comunicación logran que parte de la población enloquezca. Otros artificios son nuestras supuestas obligaciones derivadas de tratados y asociaciones militares. Una buena muestra del control real de las élites en la declaración de guerras es la propia actualidad política española. La sociedad puede juzgar si la integración en la OTAN ha sido una decisión de soberanía popular o no.
 
 

Por ello, las reformas constitucionales no deben quedarse en una mera declaración de principios. Cualquier declaración de guerra o actividad armada pagada con nuestros impuestos debe ser refrendada por la sociedad mediante referendum vinculante en un breve plazo. El mantenimiento de las hostilidades debe ser revalidado periódicamente. La ausencia de esta autorización explícita convertiría cualquier decisión política en una decisión ilegal, sin medias verdades, sin propaganda posible. Asumamos, como pueblo, el riesgo y la responsabilidad de equivocarnos. Más allá del "despotismo ilustrado" que, hoy por hoy, gobierna este tema.
 
 

¿Utopía? Por supuesto. Estamos hablando del control de las élites estatales en la decisión más tremenda que una sociedad debe afrontar. Estamos hablando de la lucha de las sociedades libres por alcanzar la democracia absoluta. ¿Cómo no va a ser utópico? ¿Puedes imaginarte el respiro de alivio de las futuras generaciones el día en que las sociedades vecinas consiguieran el control sobre la declaración de guerra? http://www.demopunk.net/sp/ldrain