EL ERROR DE CREER QUE LAS LIBERTADES NO SE COMEN
(Monografía Democracia, 1/4)

Lucía Draín

 

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Tras el colapso de las dictaduras comunistas reaparece la oportunidad histórica de desenmascarar el falso prejuicio que liga capitalismo con democracia.

Difícil empeño. El propio origen burgués de las democracias contemporáneas, la democracia censitaria (exclusiva de los propietarios, un escaso 2% de la población) puso en guardia a nuestros tatarabuelos, proletarios y campesinos, contra lo que percibían como otra variante más, ajena a sus hambrunas y miserables cortas vidas. Los liberales del siglo XIX lograron, para sí mismos, un puñado de libertades públicas. Aun así, estaremos siempre en deuda con ellos. Pero, con el estómago bien lleno al igual que sus nietos (los neoliberales del siglo XX), malgastaron la mayoría del esfuerzo en la principal de sus libertades: la libertad individual de acumular riquezas. Sin límites. Sin restricciones. La dichosa libertad de mercado.

Pero el miedo liberal a la población estaba justificado. El enemigo más poderoso de la propiedad privada ilimitada es la democracia. El miedo era real. Y lo es y lo será por siempre. Por ello, el sufragio universal ha sido sucesivamente pospuesto. Y cuando se alcanza, se articula sobre mecanismos que anulan sus efectos. En España, el sufragio universal masculino de 1890 fue una pantomima (hasta alcanzar la II República) debido a la fabricación oficial de mayorías: nuestro afamado caciquismo electoral. Otra perlita histórica: a la celebrada democracia suiza no se le arrancó el sufragio universal femenino hasta 1971. Realmente, la historia del sufragio universal es apasionante. En particular, si se coteja con los procedimientos de control de la población que han crecido paralelamente.

Pero con todo, la democracia es nuestra única oportunidad. Un notable ideólogo de la izquierda no capitalista lo ha sintetizado contundentemente: "La alternativa al capitalismo es la democracia absoluta" (Negri/1997). La estrategia es formidable. Se trata de retomar la dirección que visionaron unos pocos hace cien años: sobrepasar a las actuales predemocracias capitalistas con una gran ofensiva democrática. Aún más. Se trata de profundizar, radicalmente, en la libertad política de los pueblos sin pretender que la democratización la acompañe ningún régimen económico concreto. Ni capitalismo, ni comunismo, ni leches. La ofensiva democrática conduciría a una sociedad libre, un gran libro en blanco que con el tiempo se escribiría con prosa anticapitalista. Personalmente, así lo creo.

La izquierda democrática de los 90, los llamados idiotas por la familia Vargas Llosa, deben hacer frente a todo un siglo de retrocesos y atascos democráticos. Un siglo que ha asentado el control de la población sobre tres pilares básicos: los mecanismos electorales orientados a la alternancia de oligarquías gemelas, el vaciado democrático que reduce la soberanía popular a la categoría de farsa y la fabricación de mayorías mediante los medios de comunicación, verdaderas máquinas de uniformización y propaganda.

En la estrategia propuesta, en la gran ofensiva democrática, los obstáculos institucionales son brutales. El punto de partida es mínimo. La desmovilización popular, decepcionante. Pero estamos hablando de lograr elecciones directas a todos los Poderes y a la Jefatura del Estado, de acabar con el sistema electoral proporcional sin caer en la gran trampa bipartidista del sistema mayoritario (véase el voto personal transferible), de elecciones primarias, del referéndum vinculante, de la iniciativa popular sin restricciones y en todo ámbito, del control democrático de la guerra, del derecho de autodeterminación, de la disolución popular de los Poderes,... y de un fantástico y utópico etcétera. No se trata de teorizar. Por supuesto que no. Hablamos de derechos concretos, más exactamente, de modificaciones constitucionales. Hablamos de nuestra particular herencia a las futuras generaciones.

Nuestros tatarabuelos cometieron un error prescindiendo de la democracia. Un error comprensible en su desesperación, pero que hoy estamos pagando con la hegemonía cultural del capitalismo. A pesar de las numerosas dictaduras capitalistas que, actualmente, los medios de propaganda de nuestros estados insisten en ocultar. Pero con todo, fue un error. Y es que la Historia es terca. La democracia de la Comuna sobrevivió sólo algunos meses tras la revolución rusa. Después sólo quedo el término comunista del que se adueñaron varias dictaduras para sufrimiento del pueblo ruso, chino o cubano, por mucho que en España "comunismo" sea, con justicia, sinónimo de libertad y democracia. Y en el resto del mundo la situación no ha sido mejor. Para nuestra desgracia, la explotación capitalista es prerrequisito para que las élites "soporten" al menos las actuales predemocracias. Cualquier presión sobre la propiedad privada dentro del marco demócrata ha sido extirpada a sangre y fuego: Chile del 73, España del 36, Haití del 92, Guatemala del 54, Italia de los 70, Nicaragua del 86, Argelia del 92,... Reconozcamos que las grandes ofensivas políticas sobre el sistema económico terminan una y otra vez con un puñado de mártires. La estrategia debe cambiar. Debemos mantener la presión en lo económico, pero el esfuerzo central debe ser en lo democrático.

Sin ir más lejos, se acaba de perder una nueva oportunidad histórica. Han conseguido que la maltratada y exhausta Europa del Este confundiera las innecesarias reformas económicas con las urgentes reformas democráticas. Como en nuestro caso quedarán en simple papel mojado. Volverá a ocurrir con el pueblo chino y cubano.

Frente a esta democracia vaciada de contenido, frente a esta soberanía popular trucada como vulgares dados, la izquierda actual, la izquierda no capitalista, debe evitar la trampa que a comienzos de siglo dejó la idea democrática en manos del capitalismo: el vértigo, la ceguera, el error de creer que las libertades no se comen.
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